Épica del borde
El conurbano es un álbum de fotos imaginario. Es la zona de migraciones entre la gran ciudad y el pujante interior con su soja y sus 4x4. Un territorio compuesto de escenarios precarios que vistos desde afuera conforman un terreno fértil para la creación de historias, para la construcción del mito. La reproducción de imágenes en modo random de zonas semirurales donde la pampa empieza a ganar terreno; de fábricas abandonadas con vidrios rotos a piedrazos y perros callejeros que ganan las esquinas; de casas bajas de ladrillos sin revocar; construcciones precarias que sobreviven a sus habitantes. Pero ese álbum está cerrado para quienes habitan el territorio. Ajeno a esa representación exógena, el ser conurbano no tiene gentilicio: se dice asimismo del barrio, de la cuadra, del club. Resignifica con su presencia lo que desde afuera no se puede ver.
Épica del borde son los cuerpos en acción de esas periferias obreras conformadas por los sectores populares, esos que si se mueven mucho pueden hacer temblar las estructuras. Aunque parezca una idea pretenciosa, en el recorte que hace el fotógrafo Leonardo Marino está representado casi todo el territorio. Es el conurbano alejado de los centros urbanos, a unas cuantas cuadras de las estaciones centrales, donde la lucha no es contra la construcción de una nueva torre, sino por la llegada del asfalto. Peleas diarias que cuando se ganan se celebran como un Mundial.
En las fotos está el producto de la intervención de la sociedad sobre el espacio. Están los pibes en la escuela pública, la familia en alguna disneylandia local, el choripán al costado del camino, las facturas del domingo a la mañana, el trabajador cargando el camión para salir a laburar. El suburbio despierto. También está el trabajo como motor de sociabilidad, ese que escasea, y que por sobre todas las cosas es físico. No hay una fetichización de la pobreza. Están los que le ponen el cuerpo a luchas diarias que son como epopeyas sin punto final narradas sobre escenarios plagados de déficits de infraestructura y servicios. Hay épica en el relato de quien mira el borde desde afuera, para quien lo habita la heroicidad cotidiana no es cuento. Se trata de caminar todos los días con el viento en contra, pero sin dejar que eso lo tumbe.
La muestra abarca una imagen de un territorio complejo, difícil, extenso donde vive un cuarto de los habitantes del país. Está el conurbano desde ese borde en el que el aumento de un servicio puede hacer estragos. Hay vitalidad y hay deterioro. Quizás porque desde este lado el progreso es lo que pase mañana y la visión a largo plazo, la utopía de quien tiene el presente asegurado. En esa incertidumbre se vive con la alegría de sentirse rodeado de manos. En el borde se comparte todo, no lo que sobra.
Para posar la lente sobre las vías del tren, sobre una cuadra de construcciones desparejas o sobre el interior de un club de puertas abiertas hay que conocer los puntos de encuentro de este suelo. El recorte preciso de ese espacio heterogéneo está contado desde un ojo que lo habita. La muestra conforma una secuencia que podría ser la de un mismo barrio, pero en realidad no lo es. Hay cientos de kilómetros de distancia, de experiencias, de culturas, de dignidad, de caminos entre una foto y la otra y sin embargo todos viven bajo el mismo cielo.
Alejandra Fernández Guida