La Doble Periferia
por Juan Diego Incardona
Conurbano, suburbio, periferia y margen son palabras que en los últimos tiempos se han repetido con insistencia en ámbitos políticos, culturales, académicos y periodísticos. Así que, para empezar, se trata de una paradoja, porque la periferia se ha vuelto centro. La política y la noticia no pueden escapar de esta zona de nuestro país, cuya incidencia es creciente no sólo en términos electorales, sino, fundamentalmente, culturales. Pero los conceptos que encierran las palabras y categorías generalizan un malentendido en sus definiciones, ya que es muy común escuchar o leer suburbio en el sentido de extensión de la ciudad, de periferia urbana; pero en realidad no es así. El conurbano es una periferia doble: de la ciudad y del campo. El espacio suburbano es, a la vez, un espacio subrural. Porque es una mezcla: es casco de luz y oscuridad; asfalto, barrio, semáforo, pero también descampado, río, luz mala. Sincretismo de paisajes y también de habitantes, de inmigrantes interiores y extranjeros. Es el gigantesco patio de un conventillo, donde se hablan numerosas lenguas y jergas. Su realidad es exuberante y desproporcionada. No hay mímesis ni realismo posible; en todo caso, hay realismo mágico, porque los contrastes son tan intensos que la linealidad es algo imposible. No hay linealidad ni cronología. Porque es una zona donde el espacio se temporaliza y el tiempo se espacializa. Esto es algo que puede percibirse en las fotografías de Leonardo Marino: capas. Un auto último modelo junto a un coche más viejo que su conductor; la carpa de un circo adornada con banderines de colores delante de una fábrica echando humo negro; un micro escolar en un baldío; un avión enorme empotrado a la vera de un camino. ¡¿Qué hace ahí?! ¡¿Quién lo puso?! Modernidad y reliquias; vida y fúsiles; y mucho cielo. En las fotos de Leonardo casi siempre está el cielo, de la mañana o la tarde; celeste o nublado, ocupando una parte importante de la imagen. Porque el conurbano no es sólo una extensión de Buenos Aires, donde no se ve el cielo. En el suburbio, hay ciudad y hay naturaleza, un cielo inmenso como el del campo. Pero tampoco es igual al campo, porque sus nubes están mezcladas con humo.
En el Romanticismo, los paisajes dejaban de ser marcos decorativos para convertirse en formas de expresión. En las pinturas y en la poesía romántica, el paisaje era una proyección emocional, anímica. Los sentimientos del poeta se revelaban en el día soleado o en la tarde gris melancólica. Artísticamente, la serie "Suburbios cercanos" me recuerda ese espíritu. En las imágenes pueden verse muchos escenarios y pocos personajes; y si aparecen, lo hacen de un modo lateral o lejano, como los policías dentro de un patrullero, o la gente que espera un colectivo en una porción de foto donde el protagonista es, en realidad, la misma vía pública. Autos, peatones, carteles, árboles, aparecen distribuidos con la misma importancia en aras de un protagonismo mayor que los excede y los reúne: la vía pública, que una vez más aparece urbana y natural, de cielo y calle, de pasto y vereda. No hay primeros planos; todas las imágenes buscan el panorama o una medida importante donde puedan caber edificios, barrios, supermercados y fábricas. En este sentido, las fotos de Leonardo Marino dan cuenta de la magnitud del suburbio, que más que sub, debería llamarse supra; ya que todo es enorme, en cantidad y distancia.
Hay una fotografía que quisiera destacar: un colectivo de la línea 141 sale de la terminal, un día gris. Por la vereda de la terminal caminan tres personas, se alejan; son los únicos seres humanos que se muestran (aparte estaría el chofer del colectivo, pero no es posible verlo, porque el parabrisas refleja el exterior como un espejo). En la vereda de enfrente (la nuestra, desde la perspectiva de la foto) en realidad no hay vereda, sino una mezcla de pasto, barro y cemento roto. Y hay palmeras. Esto me resulta mágico. Claramente, no pertenecen a este hábitat, son, igual que tantos otros seres vivientes del conurbano, inmigrantes. Palmeras inmigrantes. Las imagino luchando, sobreviviendo. Algunas permanecen firmes; otra está torcida y parece a punto de caer. Se percibe el viento, un viento fuerte que arrastra los papelitos tirados y vuela la pollera de una de las señoras que caminan. Esta foto del viento recortando la salida del 141 que nunca termina de salir y las tres personas que nunca terminan de pasar y la palmera que nunca termina de caer, es como una foto de la infancia, del significado de la infancia que yo recuerdo en el suburbio. Por eso, quiero agradecerle a Leonardo Marino por una foto como esta, por la identificación que produce. No como definición, sino como emoción. Suburbio cercano y lejano a la vez: inmigrantes, colectivos, viento, algo que pasa pero nunca termina de pasar.
Sobre Suburbios Cercanos
Eduardo Gil, noviembre 2016
Las fotografías de Leo Marino son silenciosas aunque atiborradas de gritos y sonidos. Gritos que aluden a la injusticia y la exclusión. No compadecen, no estigmatizan, no redimen. Paisajes casi desiertos. Muy pocas personas las habitan, sin embargo su presencia es imponente, en los colores y en las palabras, pintadas, dibujadas, insinuadas. Humor, reclamo, ingenio, estrategia y rebusque.
Cumbia en la noche lejana. Un altavoz en la quietud de la siesta. El relato futbolero como telón de fondo del domingo.
No hay aquí espacio para la ironía cínica, la sonrisa cómplice o la latinoamericanidad socarrona a la medida del cliché de exportación. La obra de Leo, rica en implicancias sociales y políticas es también, esencialmente, un poema melancólico y profundo. Quizás un gesto de vago desencanto, quizás un guiño escéptico.
Épica del borde
Fotografías de Leonardo Marino, por Alejandra Fernandez Guida.
El conurbano es un álbum de fotos imaginario. Es la zona de migraciones entre la gran ciudad y el pujante interior con su soja y sus 4x4. Un territorio compuesto de escenarios precarios que vistos desde afuera conforman un terreno fértil para la creación de historias, para la construcción del mito. La reproducción de imágenes en modo random de zonas semirurales donde la pampa empieza a ganar terreno; de fábricas abandonadas con vidrios rotos a piedrazos y perros callejeros que ganan las esquinas; de casas bajas de ladrillos sin revocar; construcciones precarias que sobreviven a sus habitantes. Pero ese álbum está cerrado para quienes habitan el territorio. Ajeno a esa representación exógena, el ser conurbano no tiene gentilicio: se dice asimismo del barrio, de la cuadra, del club. Resignifica con su presencia lo que desde afuera no se puede ver.
Épica del borde son los cuerpos en acción de esas periferias obreras conformadas por los sectores populares, esos que si se mueven mucho pueden hacer temblar las estructuras. Aunque parezca una idea pretenciosa, en el recorte que hace el fotógrafo Leonardo Marino está representado casi todo el territorio. Es el conurbano alejado de los centros urbanos, a unas cuantas cuadras de las estaciones centrales, donde la lucha no es contra la construcción de una nueva torre, sino por la llegada del asfalto. Peleas diarias que cuando se ganan se celebran como un Mundial.
En las fotos está el producto de la intervención de la sociedad sobre el espacio. Están los pibes en la escuela pública, la familia en alguna disneylandia local, el choripán al costado del camino, las facturas del domingo a la mañana, el trabajador cargando el camión para salir a laburar. El suburbio despierto. También está el trabajo como motor de sociabilidad, ese que escasea, y que por sobre todas las cosas es físico. No hay una fetichización de la pobreza. Están los que le ponen el cuerpo a luchas diarias que son como epopeyas sin punto final narradas sobre escenarios plagados de déficits de infraestructura y servicios. Hay épica en el relato de quien mira el borde desde afuera, para quien lo habita la heroicidad cotidiana no es cuento. Se trata de caminar todos los días con el viento en contra, pero sin dejar que eso lo tumbe.
La muestra abarca una imagen de un territorio complejo, difícil, extenso donde vive un cuarto de los habitantes del país. Está el conurbano desde ese borde en el que el aumento de un servicio puede hacer estragos. Hay vitalidad y hay deterioro. Quizás porque desde este lado el progreso es lo que pase mañana y la visión a largo plazo, la utopía de quien tiene el presente asegurado. En esa incertidumbre se vive con la alegría de sentirse rodeado de manos. En el borde se comparte todo, no lo que sobra.
Para posar la lente sobre las vías del tren, sobre una cuadra de construcciones desparejas o sobre el interior de un club de puertas abiertas hay que conocer los puntos de encuentro de este suelo. El recorte preciso de ese espacio heterogéneo está contado desde un ojo que lo habita. La muestra conforma una secuencia que podría ser la de un mismo barrio, pero en realidad no lo es. Hay cientos de kilómetros de distancia, de experiencias, de culturas, de dignidad, de caminos entre una foto y la otra y sin embargo todos viven bajo el mismo cielo.
Alejandra Fernández Guida
Suburbios cercanos, imágenes que movilizan la conciencia
Frida Jazmín Vigliecca
¿Pueden juzgarse las imágenes desde una perspectiva ética? Se pregunta Susan Sontag, en su libro Sobre la fotografía. Pienso que es una pregunta que se ha trasladado a todos los campos de las artes y que, incluso hoy en día, toma diversas dimensiones a medida que la cultura y la sociedad se van transformando.
Leonardo Marino es un fotógrafo de Monte Grande que está por publicar su libro Suburbios cercanos, una selección de imágenes del Conurbano Bonaerense, que va del 2009 al 2015.
La singularidad de su trabajo es, justamente, la mirada política sobre la realidad que pulula en los espacios públicos que rodean a la Gran Capital y todas las desigualdades que siguen existiendo, producto de las dictaduras y los gobiernos antipopulares.
Leonardo define su propio proceso creativo como el resultado de una mirada interna que captura, con empatía, lugares y sujetos que componen la topografía del Conurbano Bonaerense. No se considera un extraño ni un turista. Él mismo comenta, con agrado, que, al ser de allí, esos paisajes forman parte de su mundo cotidiano. Se frena a conversar con las personas que transitan esos espacios e, incluso, se entera de las novedades de los diversos barrios, realizando una labor comprometida desde lo afectivo que, no sólo, es estética, sino, también, ética. Se podría decir que construye una manera de retratar asociada al discurso concreto que portan los protagonistas (explícitos o tácitos) de sus imágenes.
Sus fotografías son la captura de un instante que queda inmortalizado para que otros ojos, que no sean sólo los suyos, puedan apreciarlo y realizar su propia asimilación del objeto artístico asociado a sus propias experiencias y sensaciones. Y es allí, donde logra tomar la contradicción que habita en los márgenes de la Ciudad de Buenos Aires, en aquellos intersticios que, muchos, no quieren ver y que los gobiernos neoliberales han querido ocultar, invisibilizar e ignorar.
Además, hay otro cuestionamiento que desliza la obra de Marino y es interesante pensar: ¿cuáles son las categorías que distinguen lo bello de lo feo?, ¿qué es la fealdad?, ¿cómo la fotografía y, más en la actualidad, con aplicaciones como Instagram o Facebook, donde las imágenes que se reproducen del mundo están asociadas a mostrar una belleza hegemónica y normada, pueden ser un instrumento de alienación y reproducción del capital material y simbólico?
Entonces, cabe preguntarnos, no solamente, si existen imágenes que contengan ideología, sino, también, la pregunta por la belleza y cómo el sujeto (artista), mediante la máquina tecnológica (cámara fotográfica), elige congelar en su película fragmentos de la realidad que narran una historia y albergan en su subtexto un abanico de significantes que encuadran un momento y que nos hablan de la crueldad del sistema capitalista, plasmada en la desigualdad social y en la violencia, pero, también, en la esperanza.
Por eso, considero que las imágenes, como las de Leonardo Marino, son necesarias en la actualidad, ya que revelan una realidad punzante que es, sobre todo, existencia que se resiste a la entrega y se defiende a puro grito silencioso, reflejado de un paisaje oscuro
donde danzan las palmeras
y vuelan las viviendas fantasmas
que no están
que se esfumaron junto al barro y los escombros de las promesas.
Conurbano bonaerense: territorio mítico
En Suburbios cercanos el fotógrafo Leonardo Marino compone un retrato notable del conurbano bonaerense con imágenes tomadas entre el 2009 y el 2015.
Cecilia Perna
18-09-2021
Está pronto a salir el libro de fotografías de Leonardo Marino, Suburbios cercanos, una colección de imágenes tomadas entre el 2009 y el 2015, en distintos puntos del conurbano bonaerense.
Estos suburbios son cercanos, porque Leonardo es un artista de Monte Grande y el territorio que retrata es, antes que paisaje, un lugar vivido, transitado y habitado. Un medio cotidiano que no es mero material mostrable, sino espacio vincular, donde las personas construyen una memoria y proyectan un porvenir.
En el arte, transformar un espacio en paisaje, es sobre todo recortarlo del contexto, objetivarlo -no es inocente que la parte de la cámara que capta la luz que un espacio emite se llame así: objetivo-. Esa imagen que emite el espacio se hace paisaje al quedar atrapada dentro de la fotografía. Así se vuelve heredera de una larga tradición estética, la de la pintura, que transforma para sí. El espacio es contextual y vincular, pero el paisaje es universal: dice algo que cualquier persona puede llegar a comprender, si mira con las normas de esa tradición.
Un paisaje circula en una foto y se ofrece a ser mirado. Tanto por aquellos que conocen el lugar porque lo habitan, como por los ojos lejanos, que sólo van a conocer ese lugar, a través de la imagen congelada en la fotografía. También el mismo fotógrafo redescubre en el paisaje de su foto el espacio que su cuerpo ha vivido y transitado. Fotografiar es un ejercicio de reflexión y de memoria.
Dice Leonardo sobre el proceso creativo que desembocó en el libro: “Fotografiar el Conurbano es más que nada tratar de encontrarme a mí mismo. Entender quién soy y de dónde vengo. Lo alucinante es que también hablo de algo más amplio y común a muchos. No hubo una idea rectora. Fue confiar en la intuición de que había o tenía algo interesante para decir. Un proceso que fue mutando y transformándose. Desde el territorio. Dar vuelta el mapa. Hablar desde la periferia. Una historia personal y a la vez universal.â€
Leonardo comenzó esta serie, fotografiando la imagen de un auto incendiado a la vera del camino. Ese auto, se dijo, anunciaba el comienzo de la ciudad y reflejaba la expulsión de su basura hacia las afueras, hacia los suburbios. A partir de la fotografía de ese auto, comenzó la expansión de esta serie, que se pregunta qué es esa frontera, el conurbano, donde la cuidad se anuncia violenta y expulsiva, pero también -como lo señala Juan Diego Incardona en uno de los bellos textos que acompañan el libro- el campo se cuela por todos lados. En ese con-urbano que es a la vez con-rural, los cielos abiertos y luminosos se mezclan con el humo, los pastos con el cemento resquebrajado, el murmullo del viento con el rugido de los colectivos.
Es ese fuego cruzado entre ruralidad bucólica -esa inmensa tradición que el paisaje arrastra desde la pintura europea- con violencia urbana -una tradición paisajística más joven, hija adorada de la técnica fotográfica- lo que Leonardo logra combinar en la composición de sus fotos. En medio de ese paisaje, encontramos el tránsito de la gente. Gente que, como el mismo Leonardo, hace a la vida de la imagen, del lugar, del territorio. Por habitar el espacio real, son esas personas las que hacen el paisaje habitable.