Al lugar donde has sido feliz, no deberías tratar de volver.
TRABAJO EN PROCESO
Hace un tiempo tuve la oportunidad de mostrar mi trabajo sobre el Conurbano Bonaerense a Gabriel Díaz, que muy generosamente paso una tarde conmigo, compartiendo fotografía. Ese día puso en palabras algo que yo sabía que hacía pero por inercia, porque estaba en mi interior y me salía naturalmente. Dijo; \\?Vos te parás en el borde de la ciudad, pero no miras para Buenos Aires, miras para el campo. Por eso los horizontes, cielos, la distancia\\?
Esa frase quedo flotando, como suspendida, esperando la considere, latente de ser revelada.
Mis padres nacieron en pueblos muy pequeños separados por quince kilómetros. San Francisco de Bellocq (Papá) y Orense (Mamá), al sur oeste de la Provincia de Buenos Aires, paisaje de campo profundo pero tan cerca del mar que ir a la playa era cuestión de tener la tarde libre.
Se conocieron en la adolescencia en algún baile de Club Juventud Agraria y nunca más se separaron, a pesar de la decisión de la familia de mi madre de migrar por completo al Conurbano. Ella vino con su familia, mi padre la siguió, por amor, pero solo.
Después de 50 años, en un viaje visitando los pagos mi padre me dijo: \\?y, yo me vendría a vivir acá\\?.
Esta es una historia de desarraigo y de lucha, mi padre durante toda su vida mantuvo los lazos, e hizo que la ruta 3 hasta el kilómetro quinientos la conozca de memoria. Comencé así a comprender, las palabras de Gabriel.
Durante mi infancia él se ocupó de mantener los vínculos, lo que resultó que yo pasara solo muchos veranos consecutivos, en el campo, con mis primos, con los pulmones lleno de aire y de vida.
Hoy, a 20 años de la pérdida y abandono de ese campo, vuelvo cada vez que puedo, salto la tranquera y entro en la tapera que alguna vez fue también, mi casa.
En 2018 me entero que el campo que perteneció a mis bisabuelos, donde creció mi padre, aún existe y lo habita una prima con su familia.
A mis 43 años empiezo a visitarlo con mi familia y a descubrir nuevas-viejas historias familiares.
Capa tras capa me enfrento con una parte de mi identidad, con lo luminoso y lo oscuro, lo que se ve y lo que permanece oculto y que nadie se atreve a decir, ni siquiera preguntar.
Las fotos quizás sean a modo de respuesta una serie de buenas preguntas.
Se huele la tormenta en la tierra que vuela, intentemos disfrutar de la luz que nos queda.